Mucho se habla estos días de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (de siglas ODS). Tres letras que dicen mucho más de lo que puede pensarse. Una vez más hablamos de desarrollo sostenible. Sus palabras lo explican, son una meta en la que se fomenta la evolución de la sociedad pero de forma sostenible, teniendo en cuenta los recursos, cuidando el entorno, poniendo fin a la pobreza, al hambre… Son unos retos marcados por la ONU con un plazo fijado en el año 2030. En total son 17 objetivos y 169 metas dirigidas a todos los actores del planeta, gobiernos, empresas y sociedad civil.
El sector agroalimentario es uno de los que más puede trabajar para cumplirlo con sus compromisos. Suministra la mayoría de los alimentos que consume la población mundial. Ni que decir tiene el peso y el impacto dentro de la economía mundial. Sólo una cifra, el consumo de alimentos representa el 39% del gasto total en consumo de a nivel global. Es un dato proporcionado por el Banco Mundial en 2017.
El acceso a los alimentos es y será uno de los grandes problemas del futuro. 815 millones de personas están alimentadas en todo el mundo. Un problema que choca frontalmente con el aumento del desperdicio alimentario en las sociedades desarrolladas, las mal llamadas civilizaciones del primer mundo. Sólo en España, que nos pilla más cerca, se desperdician 7,7 millones de toneladas de alimentos al año. Y en la Unión Europea el 20% de todos los alimentos producidos van directamente a la basura.
Es por tanto tarea de todos dar solución a estos desequilibrios. Se hace necesario, casi vital, que las cadenas de transformación, la cadena agroalimentaria produzca bajo criterios de sostenibilidad. ¿Para qué produce alimentos que van a la basura sin abrir? Ya sea por su falta de interés nutritivo, por su rápida caducidad o simplemente por su precio que es inasumible para buena parte de la población.